La ciudad es un fascinante catálogo en el cual leer la memoria colectiva, su identidad, su cultura. Y de ello dan cuenta también los años 70 en Buenos Aires con testimonios que aún hoy conviven entre nosotros. Tal el caso de los grandes conjuntos habitacionales, que en sus muros, en sus calles y edificios es posible vislumbrar tras atisbos de grandeza, un inefable pesimismo connotado por la ausencia de fronteras entre lo público y lo privado, por la irremediable sensación de que todo es admisible en la ciudad. En los recordados tiempos del Intendente Osvaldo Cacciatore han sido varias las circunstancias que confluyeron para que tomara auge la construcción de viviendas colectivas.
En principio, en 1976 se implementó el denominado “Plan de Erradicación de Villas de Emergencia”, consistente en la expulsión de sus habitantes fuera de los límites de la ciudad, ya sea a las provincias o, en el caso de inmigrantes extranjeros, a sus países de origen. Por entonces, con la aprobación de la Ley de Alquileres se comenzó a alterar el mercado habitacional y a transformar la configuración del espacio urbano en general. Asimismo, la introducción de nuevas reglas de juego en materia de edificación, derivadas de la sanción del Código de Planeamiento Urbano (1977), produjo una retracción de las localizaciones industriales en la ciudad y estimuló la construcción de edificios de perímetro libre en altura.
Búsqueda de nuevas urbanidades
Una ley provincial, la 8912 de Ordenamiento Urbano (1978), impuso tan severas como razonables condiciones para los nuevos asentamientos a producirse en la provincia de Buenos Aires, área metropolitana incluida. Pretendía detener el loteo indiscriminado sobre terrenos no aptos para ello (sin servicios o sobre cuencas inundables), autorizando el parcelamiento a cambio de la construcción de ciertas infraestructuras públicas mínimas, tales como: iluminación, provisión de agua potable, tratamiento de efluentes cloacales, pavimentación, etc. Si bien en la práctica la aplicación de la ley retrajo el mercado de la construcción, lo cierto es que desalentó por un tiempo a aquellos emprendimientos de tipo especulativo.
Otra ley dictada por la provincia, la 7270 de Erradicación de Industrias (1979), dispuso que aquellas industrias consideradas “indeseables” fuesen trasladadas a más de sesenta kilómetros del centro de la ciudad de Buenos Aires, en un plazo de diez años. Esto inexorablemente instaló una cierta incertidumbre respecto del destino de aquellas poblaciones o actividades vinculadas a estas industrias así como el impacto a producirse sobre las nuevas áreas. Su aplicación no hizo más que confirmar la pérdida de la vocación industrial de muchas zonas de la segunda corona de la conurbación.
Hacia una residencialización intensiva
En este marco de la generación de un nuevo status jurídico surgió, también, la Ley Fonavi (Fondo Nacional de la Vivienda, de 1976), con el objetivo de construir viviendas económicas con sus infraestructuras y equipamiento necesarios. Con ella tuvo gran difusión el denominado “conjunto habitacional”, localizado en las periferias urbanas sobre extensas áreas vacías. La Comisión Municipal de la Vivienda fue el organismo encargado de la aplicación de esa ley en Buenos Aires y sus primeros barrios fueron los de: Piedrabuena, Albarellos y General Savio, ubicados en los bordes vacantes del extremo sudoeste, en proximidades del Riachuelo.
La modalidad de inserción en el tejido fue consagrando a esta tipología edilicia en enclaves, que funcionaron a la manera de ciudades satélites y cierta autonomía. Las torres de viviendas de alta densidad -hasta 900 habitantes por hectárea- emergen entre espacios libres utilizados como: sendas peatonales y vehiculares, áreas de estacionamiento, equipamiento comunitario y zonas verdes para esparcimiento. Pero dado los altos costos de mantenimiento de los ámbitos comunes -parque, ascensores, instalaciones, seguridad, etc.-, rápidamente se vieron sumergidos en un profundo y gradual deterioro.
El fracaso de ciertas utopías urbanas
En esa lógica, en 1979 se construyó el Complejo Soldati, con 3200 viviendas. Se trata de un entramado que combina bloques de viviendas de alta densidad con otros de baja, conformando un barrio que aún hoy no ha logrado integrarse espacialmente a la ciudad. En ese mismo año se inauguró el Conjunto Ciudadela -hoy conocido como “Fuerte Apache”-, para alojar a 17 mil personas, con similares recursos, con la introducción de puentes peatonales y soluciones formales que rompieron el amanzanamiento barrial e indujeron a una segregación social.
Sus grandes dimensiones, la excesiva homogeneidad de los bloques de departamentos -que dificulta la conformación de una identidad-, la carencia de mínimos equipamientos comunitarios, los altos costos de mantenimiento así como su desmembramiento del entorno barrial, constituyen los principales factores por los cuales este tipo de emprendimientos han fracasado, en un medio en el que el habitante participa tácitamente de un proceso de conflictividad social.
Un estado de peligro latente, confrontación en las relaciones interpersonales, desintegración del núcleo familiar y elevados niveles de delincuencia han sido resultados arrojados por esta experiencia urbana que pretendía generar una “urbanidad alternativa”. Con el estreno de la película “Plata dulce” (1982), Federico Luppi y Julio de Grazia nos ofrecen las mejores pinceladas del fin de una época, la del “deme dos”, la de las baratijas de Taiwan, la del colapso de ciertas utopías.
© Guillermo TellaEn: Tella, Guillermo. (2013), “Utopías para una urbanidad alternativa”.
Santiago (Chile): Revista Digital Plataforma Urbana (julio 23).