Desde que el anuncio sobre el hallazgo de nuevas reservas de petróleo no convencional en la formación de “Vaca Muerta”, situada en la región del Alto Valle, entre Río Negro y Neuquén, el área se ha convertido en la “esperanza negra” de todo un país. Así planteado, este proyecto promete duplicar la producción de hidrocarburos, concretar futuras inversiones y exportaciones, y alcanzar el añorado autoabastecimiento en materia de energía fósil. La tarea de extracción es sumamente compleja y requiere de procesos de fracturación hidráulica –fracking-. Reflexionamos entonces sobre las dinámicas territoriales que impactan en la región.
Las transformaciones de una región
Como contrapunto, esas expectativas desataron un proceso de transformaciones traducidas en el incremento generalizado de los valores de mercado, incluyendo el del suelo, soporte de todas las actividades humanas. Dada la relevancia alcanzada por este potencial desarrollo y las consecuencias devenidas del mismo, es indispensable examinar las fuerzas actuantes en ese complejo escenario territorial.
El proceso de exploración, descubrimiento y explotación público-privado de grandes reservas han catapultado un renovado impulso al desarrollo urbano de la región, sobre la base de inversiones públicas por parte de los tres niveles de gobierno, acompañadas por otras de carácter privado que buscan capitalizar, particularmente en sus ciudades y pueblos, la valorización del suelo.
En el contexto de la geografía antropizada de un valle de regadío, este proceso se inserta en una matriz económica en expansión a partir de una hegemónica actividad productiva: la explotación hidrocarburífera, que desde el punto de vista de la planificación territorial entraña varios riesgos a ser considerados.
El impacto que produce en la trama de relaciones socioeconómicas la presencia de un sector productivo como el de referencia genera elevadas inversiones y rentas que se corresponden con una mano de obra con un poder adquisitivo superior a la media de la población de los centros urbanos.
Esta enorme disparidad repercute en los precios, que se tornan inasequibles incluso para aquellos productos cotidianos de la canasta básica. Este hecho incide en el costo de vida y, por ende, en del resto de la transacciones de bienes y servicios, tal como el precio del suelo para compraventa y alquiler.
En su contracara, los vaivenes cíclicos a los que se ve sometida la actividad petrolera en el manejo geopolítico de reservas y producción afecta fuertemente las economías nacionales, regionales y locales en magnitudes mayores cuanto menos diversificada es la estructura energética y productiva.
Los efectos sobre el territorio
A partir de los anuncios de desarrollo a gran escala de las nuevas explotaciones de petróleo y gas en Vaca Muerta, la esperanza de progreso económico ha atraído a gran cantidad de inmigrantes, en números no esperados tras décadas de crisis en el sector. En ese marco, la demanda de vivienda no ha sido menor y encuentra respuesta en el ostensible movimiento de proyectos inmobiliarios.
La expansión sobre el periurbano con bajas densidades conlleva la conversión de suelo rural a urbano, a la par de la convivencia entre actividades rurales y urbanas. Asimismo, se genera la extensión también de los servicios urbanos a distancias cada vez mayores, sin haber sido previstos inicialmente por los gobiernos locales.
La densificación es ostensible en aquellas áreas urbanas ya consolidadas, dotadas de actividades superpuestas gracias al soporte de infraestructura y equipamiento comunitario, entre otras ventajas. Con ello, el sector privado busca capitalizar los elevados indicadores asignados por la normativa urbanística mediante la captura de ganancias marginales.
Existe también una manifiesta aprehensión sobre los riesgos de contaminación de los recursos suelo y del agua a partir de la explotación de hidrocarburos en la región. En síntesis, el Alto Valle se presenta como una constelación de centros urbanos con distintos grados de crecimiento, agregación y desarrollo, que comparten características comunes así como rasgos geográficos y desafíos económicos similares.
El desafío de la planificación
En el Alto Valle es fundamental fomentar la diversificación productiva secundaria industrial sobre una matriz económica que contemple el desarrollo armónico de las actividades primarias -generadoras de diversas fuentes de energía- como la frutihortícola, tan característica en la región.
Se debe apostar también a la consolidación paulatina y continua de políticas públicas consensuadas y coordinadas entre los distintos niveles de gobierno, que valoren el enfoque multiescalar, de manera de garantizar la previsibilidad, la seguridad y la eficiencia de las inversiones.
La captación justa de las valorizaciones públicas del suelo conduciría a su redistribución equitativa en el territorio, suavizando las curvas de precios en tiempo y espacio, tornando predecible el acceso al suelo y propendiendo a un desarrollo inclusivo y participativo en la toma de decisiones.
Asimismo, el territorio requiere de una articulación jerarquizada del sistema polinuclear de poblaciones, que tienda hacia la compacidad de sus tejidos y favorezca el desarrollo de parajes urbanos de mediana densidad, con provisión completa de servicios esenciales y equipamientos comunitarios.
En consecuencia, la región requiere de una conducción de los procesos de urbanización bajo el fuerte liderazgo del Estado, conservando anillos de quintas en torno a las ciudades, contribuyendo a la salvaguarda del capital frutihortícola del valle irrigado y regulando la expansión especulativa del sector inmobiliario. La clave entonces para el Alto Valle es la planificación territorial.
© Guillermo Tella & Martín Muñoz