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Guillermo Tella

Artigos

Cómo integrar las villas
al tejido urbano de la ciudad

Las villas de emergencia resultan ser hoy las áreas de mayor crecimiento de la ciudad. En la región metropolitana de Buenos Aires concentran a más de 1 millón de habitantes y en la Ciudad de Buenos Aires se estima que viven cerca de 200 mil personas en las 21 villas instaladas, e insumen una superficie de 300 hectáreas. Con lo cual, casi la décima parte de la población reside en tales condiciones con extrema precariedad e insalubridad. Frente a esta tendencia fuertemente instalada, proponemos medidas para integrarlas al tejido urbano de la ciudad y para favorecer el acceso de los sectores populares a un ambiente digno y sano.

Las “villas” constituyen una forma de producción del hábitat urbano que surgió en la década del ´30, aunque ya existían formas anteriores de precariedad habitacional, tal como los conventillos de fines del siglo 19 ó -luego- las pensiones e inquilinatos. Hacia 1940 su expansión se intensificó hasta la irrupción de las políticas de erradicación llevadas a cabo por los gobiernos de facto. Entrado en los 80 el proceso de crecimiento recuperó celeridad y exponencial tras la crisis de 2001. Su reproducción se lleva a cabo mediante:

● una ocupación irregular del suelo, que en general implica la toma de tierras fiscales con buena
accesibilidad a áreas centrales;
● laberíntica trama circulatoria que impide el acceso a todo aquel no-residentes, incluso a las
propias ambulancias o bomberos;
● deficitarias condiciones habitacionales, con improvisadas casillas carentes de servicios básicos
y con altos niveles de hacinamiento;
● una fractura de su tejido urbano con la ciudad, a partir de bordes impermeables que estigmatizan
y consolidan la segregación social.

La desarticulación de las villas con el resto de la ciudad es entonces una clara expresión de segregación. Asimismo, su forma y creciente densidad reducen las posibilidades de regulación dominial y de urbanización definitiva. Aunado a ello, vivir en la villa e incluso en un barrio popular próximo limita oportunidades laborales, condiciona el tejido de redes sociales fuera de la villa y restringe las posibilidades del ser ciudadano, de moverse en la ciudad, y estrecha recorridos, itinerarios y el acceso a bienes y servicios.

 

Barriendo bajo la alfombra

En la Ciudad de Buenos Aires hay más de 20 villas. Su localización responde claramente a fuerzas del mercado del suelo. Áreas desvalorizadas o excluidas son propicias para la ocupación. Así, en el sur se concentra la mayor cantidad, principalmente en torno a sectores industriales, anegadizos, contaminados o basurales. El norte, en cambio, fue históricamente más resguardado. A muchas se las conoce por la numeración con que fueran designadas en el Plan de Erradicación de Villas de Emergencia de 1968.

Tenemos, por ejemplo, la Villa 21-24 en Barracas, la 1-11-14 en Bajo Flores, la 20 en Lugano, la 31 y 31 bis en Retiro, la 3 en Villa Soldati, la 6 en Parque Avellaneda, la 13 y 13 bis en Parque Chacabuco y la 15 en Lugano. También se cuenta con algunos “NHT” (Núcleos Habitacionales Transitorios) en donde fueran alojadas -en teoría, temporalmente- familias procedentes de otras villas, y otros asentamientos de reciente formación, tal como la Villa “Rodrigo Bueno” en Costanera Sur o el Playón de Chacarita.

En los últimos años, las villas no sólo han crecido en extensión sino también en consolidación, con comercios, con servicios comunitarios, con escuelas, con actividades culturales y con espacios de deporte y recreación. Pero -además- creció en densificación, con viviendas que se elevan a más de cinco pisos, con críticas e improvisadas cualidades estructurales. Esto da cuenta de su intensa dinámica urbana, que instaló en su interior un pujante y voraz mercado inmobiliario y especulativo.

 

Lo que la ciudad no ofrece

El crecimiento de villas y asentamientos informales es consecuencia directa de la dificultad de acceso formal al suelo para grandes porciones de la población. De modo que cómo única salida aparente, mediante estrategias de ocupación y autoconstrucción, o la incorporación al mercado inmobiliario informal, se lanza a las villas una cantidad creciente de habitantes. Mucha migración interna y de países limítrofes así como familias que protagonizaron abruptos descensos en sus niveles socioeconómicos encuentran dentro de las villas respuestas que la propia ciudad abierta no le ofrece.

Acceder al mercado formal de la vivienda implica pagar altos alquileres, contar con garantías y cumplir con los requisitos impuestos por propietarios e inmobiliarias. Estas dificultades alimentan este tipo de respuestas, que se suman otras de similares niveles de precariedad habitacional, con hogares hacinados en cuartos de hotel, pensiones e inquilinatos, por ejemplo.

Tal problemática detona precarias condiciones habitacionales y carencia de infraestructura urbana, desde calles y veredas hasta redes de servicios. La alta ocupación del suelo de forma irregular y la construcción en altura dificultan la provisión de servicios básicos y la accesibilidad. Camiones cisterna para provisión de agua o el transporte público automotor no pueden más que acceder a algunos sectores periféricos.

 

El primer dilema a saldar

Toda actuación efectiva en las villas debe basarse en la inclusión, en la participación de la población en los procesos de toma de decisiones y en la integración espacial con el resto de la trama urbana. Para ello, primeramente, debe reconocérselas como parte constitutiva de la ciudad: algunas villas llevan más de 70 años de historia y de consolidación.

Sólo con una mirada inclusiva será posible producir cambios significativos. Las numerosas políticas de vivienda que por décadas se reprodujeron bajo diferentes formatos, a través de la financiación focalizada de vivienda o basadas en construcción de conjuntos habitacionales y casas “llave en mano”, más que responder a la problemática, generaron nuevos guetos, espacios focales de pobreza urbana.

No obstante, existen numerosas experiencias que han logrado mejorar condiciones habitacionales en villas. Son las que se basan en la participación de las organizaciones intermedias y de base, que tienen a sus habitantes como protagonistas principales. Estas acciones se orientaron a radicar los asentamientos, respetando las redes sociales constituidas y profundizando el sentido de pertenencia e identidad cultural de las villas.

 

Para una ciudad incluyente

En las villas existen dos submercados inmobiliarios informales: el de la compra-venta de viviendas y el de los alquileres (particularmente, de cuartos). Dado que ya casi no hay lugar para la conformación de nuevas villas, las existentes ofrecen un sitio -aunque precario- donde habitar. De ese modo encuadra el tema la antropóloga Cristina Cravino, miembro del equipo “InfoHábitat”.

El alquiler es la puerta de entrada a la ciudad o en su defecto al barrio. Los inquilinos por lo general -luego de varios años y dependiendo de su capacidad de ahorro- logran comprar una casa en el barrio de la villa donde alquilaban. La compra-venta de viviendas en las villas implica para quien vende recuperar todo lo invertido en su construcción y la posibilidad de desplazarse hacia otros sitios con rapidez. A quien la compra, le permite obtener mayor estabilidad residencial.

Este proceso ocurre en prácticamente todas las grandes ciudades latinoamericanas y es un mercado cara a cara, estrechamente vinculado a las redes sociales, dentro de las cuales se produce su funcionamiento. Es necesario comprender que para los sectores populares la localización de su hogar es central en la reproducción de su vida cotidiana.

Los que viven en las villas no pueden acceder a otras modalidades residenciales y la existencia de un mercado inmobiliario que funciona con reglas conocidas y reconocidas viene a cubrir la necesidad de vivir en lugares de cierta accesibilidad y cerca de las redes sociales de familiares o amigos. Este mercado va a ser, sin duda, creciente si el Estado no adopta medidas tales como el alquiler social (o garantías estatales) o programas de lotes con servicios u otras medidas en el mismo sentido.

La urbanización y regularización dominial de las villas debiera adquirir un lugar central en la agenda pública. El mayor desafío consiste en avanzar en una política urbana y de vivienda inclusiva (y no excluyente), que brinde oportunidades para el conjunto de quienes la habitan. Y para esto el Estado debe jugar un papel central.

 

Algunas respuestas a mano

Para encontrar respuestas posibles cabe recostarse en buenas prácticas. El caso del Programa “Favela Bairro”, en Río de Janeiro, es un ejemplo a seguir que ha mostrado resultados favorables. También lo es el Programa “Mejoramiento de Barrios” (Pro.Me.Ba), de carácter nacional, cuyo objetivo es mejorar las condiciones de vida de la población con necesidades básicas insatisfechas, en aquellos barrios marginales sin infraestructura y con problemas ambientales y de irregularidad dominial.

Este tipo de programas, desarrollados según las realidades específicas y locales de cada asentamiento, se promueven la integración física y social de las villas a través de la provisión de la infraestructura urbana básica. Y lo hacen a través de instrumentos basados en la participación del conjunto de las organizaciones barriales con los distintos niveles de gobierno y con las empresas prestatarias de servicios.

De este modo, se constituyen en intervenciones puntuales que van más allá de la construcción de viviendas, dado que terminan organizando la estructura urbana y potenciando las condiciones de vida. Asimismo, es factible su articulación con otros programas de carácter social -ya sean preventivos y de contención, que atacan cuestiones de fondo como la drogadicción o la violencia-, o de fortalecimiento de las instituciones locales, o aquellos vinculados a la creación de empleo, entre otros.

 

10 medidas para integrarlas

Afrontar la compleja problemática fuertemente instalada en torno a las villas en la ciudad implica adentrarse en una serie de medidas dirigidas a mejorar la calidad del hábitat urbano, promoviendo un entramado de cuestiones sociales, económicas y espaciales. Algunas de esas medidas podrían ser las siguientes:

● Iniciar procesos de regulación dominial como punto de partida para consolidar el hábitat generado.
● Relocalizar aquellas viviendas detectadas en situación edilicia crítica, de modo de evitar siniestros.
● Mejorar las condiciones deficitarias de las viviendas a través de la ejecución mínima de núcleos húmedos.
● Recuperar las condiciones ambientales, eliminando las fuentes de contaminación del suelo, del agua y del aire.
● Completar la infraestructura de servicios urbanos básicos (redes de agua y cloacas) y favorecer mixtura social.
● Consolidar las calles existentes y abrir nuevas a fin de mejorar la accesibilidad y articularla con la ciudad.
● Mejorar la oferta de equipamiento comunitario y proveer subsidios para la terminación de viviendas.
● Garantizar la accesibilidad a los barrios a través de transporte público, extendiendo y modificando recorridos.
● Fomentar la organización social y la participación de agrupaciones de distinto orden, según capacidades.
● Crear instrumentos que garanticen el cumplimiento de los objetivos y le otorguen transparencia a la gestión.

En consecuencia, casi la décima parte de la población porteña reside en villas. Las históricas políticas de erradicación han dado cuenta de su fracaso. Es necesario, pues, recuperar ese tejido social y urbano y para ello deben implementarse políticas sostenidas que tiendan a consolidar un proceso gradual de integración, que favorezca el acceso de los sectores populares a un ambiente digno y sano.

 

© Guillermo Tella & Alejandra Potocko
En: Tella, Guillermo y Potocko, Alejandra. (2009), “Qué hacer con las villas porteñas”. Buenos Aires: Diario El Cronista, Suplemento Proyectar y Construir; noviembre 19, pp. 8-9.
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