En la ciudad encontramos varios discursos: el discurso del orden, dado por el Estado a espacios y actividades; el discurso del poder, dado por las relaciones de fuerza instaladas; el discurso de la diferenciación, dado por su propia cualidad urbana. Existe entonces un discurso urbano, legitimado socialmente, en el que la ciudad “nos habla” para expresar orden, poder y diferenciación. A partir de un caso de estudio se da cuenta de la presencia de marcas simbólicas que señalan orden y diferenciación y, en esa lógica, se ha elaborado una variable compleja -a modo de instrumento de actuación- tendiente a fomentar un nuevo modelo de ciudad que reduzca las diferencias entre el derecho y el acceso real de los distintos sectores sociales al espacio construido.
A diferencia de las características de crecimiento urbano identificadas en el período de sustitución de importaciones de mediados del siglo veinte -en que la ciudad atravesaba las etapas de extensión, consolidación y densificación-, hoy la construcción de la ciudad se explica -en términos de Juan Lombardo- a partir de tres procesos de actuación: calificación del espacio, valorización del territorio y diferenciación espacial, donde el Estado se ocupa de regular y sostener el mercado del suelo, el casco consolidado y las áreas de asentamientos populares; mientras que el capital privado organiza importantes fragmentos del territorio y desarrollar las áreas donde realiza sus propias inversiones.
Organizar el territorio
Estos procesos generan en la ciudad nuevas relaciones entre espacio, poder e identidad. Tales relaciones se expresan mediante símbolos: elementos materiales que comunican ideas o valores para ordenar y configurar el territorio, la población y las inversiones. De modo que el símbolo constituye uno de los factores de diferenciación de lugares. Dado que los símbolos son entendidos sólo en su contexto de referencia, contribuyen a construir identidad, cultura y ciudad.
Se pone en evidencia la necesidad de reflexionar sobre las dimensiones simbólicas en el proceso de construcción de la ciudad. Sabemos que existen marcas físicas y simbólicas en su organización, que la constitución de esas marcas se producen al momento de ser concebida socialmente, que el acceso de los distintos sectores sociales al espacio construido es diferencial, y que existen diferencias entre el derecho y el acceso real de la población a la ciudad.
En esa línea, en el análisis simbólico del espacio urbano los conceptos en discusión suelen ser: la autoridad, la centralidad, la legitimidad, lo público, lo privado. Con lo cual, el proceso de organización de los elementos urbanos implica la toma de decisiones previas por parte de las autoridades municipales. Esto se expresa sobre una carta de zonificación, cuya división u organización define marcas simbólicas a través de la que se demarca inicialmente el territorio.
Desde esta perspectiva, a partir de los resultados emergentes de un proyecto de investigación en curso, es necesario señalar que las relaciones y articulaciones entre redes de actores se conforman alrededor de los procesos de reproducción social. Asimismo, el acceso a la ciudad de los distintos sectores sociales se establece a partir de la organización física y simbólica del espacio urbano, a partir de la red de actores y mecanismos socioeconómicos que participan en este proceso.
Las marcas simbólicas
El sistema social constituido funciona dentro de un determinado orden. En ese orden, la construcción del espacio es también de carácter simbólico. El espacio se organiza a partir de zonas con distinta calificación y precio y son ocupadas por sectores sociales distintos, con demarcaciones distintas. Con lo cual, permite mantener la diferenciación de actores en la distribución del territorio.
El orden en el territorio está señalado a través de marcas simbólicas que coinciden con la normativa vigente: la división en zonas del municipio (plano de zonificación); el tipo de trazado urbano (reticular, estelar, irregular, etc.); infraestructura y equipamiento disponibles (redes, plazas); la vegetación del lugar y el cuidado de la zona (limpieza); la accesibilidad con que cuenta y los precios del suelo. Se trata de elementos que permitirían indicar un status urbano de la zona. De este modo aparece el orden como expresión de una amplia y compleja red de actores interrelacionados y de una constelación de signos que demarcan el territorio.
Hablamos entonces de un nuevo mecanismo que interviene en la construcción de la ciudad. ¿Cuáles son entonces esas marcas simbólicas? El tipo de construcciones, el mantenimiento edilicio, tipo de vivienda, estado de la edificación, materiales predominantes, expresan el mayor contraste social y económico de un barrio que al mismo tiempo coincide con el orden que expresa la acción del Estado: zonificación, retícula, trama, uso del suelo, infraestructura, equipamiento, ancho de las calles, vegetación, mobiliario urbano, el cuidado de la zona, la seguridad, la accesibilidad, el valor del suelo, en la calidad del espacio público. Estas marcas se ordenan en el territorio a partir de diferencias que expresan un orden.
La representación de áreas de precios, cuidado de la zona, mantenimiento edilicio, dotación de infraestructura, etc., define áreas homogéneas. La observación de estos indicadores sobre un área determinada permite construir mapas que expresan las marcas simbólicas del lugar. Esto conforma determinados parámetros que pueden leerse a distintas escalas: parcela, manzana, sector, zona, etc.
Desde esta perspectiva, se intenta dar cuenta de las divisiones físicas y simbólicas detectadas y la distribución de los distintos sectores sociales en el espacio construido. La organización del espacio, la consistencia del tejido, el tratamiento paisajístico, la valoración inmobiliaria, el carácter de la trama, los sistemas de control, el cuidado del entorno y los tipos de regulación constituyen algunos de los principales ejes examinados.
A partir de la construcción de una variable compleja, capaz de definir el acceso real de la población a la ciudad en un área de estudio, desde ámbitos académicos se ha comenzado a diseñar instrumentos de actuación que tiendan a fomentar un modelo de ciudad que reduzca las diferencias entre el derecho y el acceso real de los distintos sectores sociales al espacio construido.
El orden en la ciudad
La ciudad es una construcción protagonizada por el conjunto de los actores de una formación social que se origina en su accionar en los procesos de reproducción de sus vidas en un territorio concreto. Las acciones y las prácticas que los actores sociales realizan en ese marco van construyendo la sociedad, la economía y el espacio urbano. La espacialización de esas acciones y prácticas implica la distribución no arbitraria de trabajo, tiempo, funciones y personas, que aparecen muy precisamente organizadas en el territorio a fin de obtener la máxima eficiencia en la reproducción de las inversiones realizadas, mantener el orden y las diferencias alcanzadas entre los actores.
En esa construcción se generan relaciones de poder y de mantenimiento de las relaciones que sostienen ese poder. Entre esas relaciones -en términos de Pierre Bourdieu- se estructuran por campo y dimensión (económico, social, etc.) y se organizan en sistemas (por ejemplo, la circulación: espacio público, calle, vereda, semáforo, etc.) conectados por una secuencia de símbolos, que se entrecruzan y articulan entre sí.
El espacio urbano expresa múltiples significados que se organizan en el territorio en base a la decisión de actores mediadores, tales como el Estado o los inversores privados, que transforman el espacio urbano de un modo organizado que es aceptado por todos los actores sociales que lo ocupan. Esta lógica se impone, se acepta y expresa el poder de decisión. El carácter de signo de un fenómeno no está dado por lo que ese fenómeno es, sino por lo que representa ser.
Siguiendo a Charles Pierce, tan fuerte es la acción de representación en torno a los signos que no solemos reconocer esa asimilación: solo podemos pensar por medio de signos, por representaciones mentales de objetos. Con lo cual, el signo está en lugar del objeto y lo representa por convención mediante símbolos. Por lo tanto, la diferenciación simbólica intencional del espacio tiene un correlato con el modo de producción y con la lógica de la obtención del máximo beneficio.
El espacio urbano culturalmente cargado de signos se explica a sí mismo a partir de una diferencia privado-público. Lo público debe expresar un orden uniforme, garantizando una lógica en el territorio; lo privado depende del propietario de cada parcela. Las representaciones mentales con que opera cada individuo sobre hechos o fenómenos se realizan mediante signos que al socializarse forman un sentido común, un significado social y cultural para con los objetos.
En la ciudad existen signos que se vuelven símbolos, íconos e hitos que actúan sobre la subjetividad, que reproducen ideologías, que marcan diferencias y ordenan el territorio. Las marcas simbólicas son parte constitutiva del proceso de construcción de la ciudad. El Estado sostiene el orden en el territorio, el mercado lo diferencia y se ordenan las relaciones de poder y las distancias sociales. La diferenciación del territorio se vuelve también simbólica en el discurso social, que se expresa en el territorio ordenado y se instala como un nuevo mecanismo que interviene en la construcción de la ciudad.
La diferencia de lugares
Las marcas simbólicas expresan el mayor contraste social y económico en un barrio o entre barrios. A los efectos de observar el fenómeno de la demarcación simbólica se definió un área de estudio en la localidad de “Rincón de Milberg”, del municipio de Tigre, en el norte de la región metropolitana de Buenos Aires, sobre un sector polarizado, situado bajo cota de inundación. Tal área está comprendida por las calles Santa María, Liniers, Pista Nacional de Remo (Canal Aliviador), Tuyutí, General Güemes y Ricardo Castiglioni.
El relevamiento se realizó en dos escalas: una, observando áreas diferenciadas, otra a nivel de manzana, individualizando casos. A partir de las tipologías edilicias, la calidad de las viviendas, la diferenciación entre la propiedad privada, la calidad del espacio público (tipo de equipamiento) y privado (tipo de vivienda y diferencias entre materiales de construcción), la infraestructura del barrio y la organización de los elementos urbanos en el espacio, se logró desarrollar una serie cartográfica en la que se expresa lo que denominamos “marcas simbólicas”.
Se realizó una observación puntual de manzanas en distintas zonas y un sector de uno de los barrios cerrados del lugar. En función de estas características, se determinaron 16 subzonas en el área estudiada. Comparando áreas de precios con características predominantemente similares del espacio público, se obtuvieron cuatro grandes zonas con características similares respecto a los rasgos combinados.
Del relevamiento surgen las primeras diferencias en el espacio público: en el equipamiento urbano, en el tipo de acera y calzada, en el tipo de materiales de fachada, en altura y estado de la edificación, en el uso dominante del suelo (residencial, comercial, etc.). Estas diferencias fueron confirmadas en entrevistas realizadas a desarrolladores inmobiliarios con conocimiento en la zona y a partir de allí se elaboraron mapas temáticos con las variaciones de los precios del suelo.
En la cuestión estudiada, un actor de importancia es el Estado municipal, quién: a) realiza la primera gran división de las distintas zonas (zonificación) que luego son subdivididas en lotes y b) promulga la normativa que regula los usos y funciones del suelo. Al respecto hemos agregado a la información relevada el mapa de zonificación del partido o subdivisión de las distintas zonas en usos, así como la normativa relacionada con las distintas funciones urbanas y su orden y equipamiento.
El perfil de la zona fue modificándose a partir de 1991. Con la implementación de un modelo de apertura económica y expansión de los sectores de servicios y financieros, el nuevo modo de desarrollo urbano social, de emprendimientos urbanos y asentamientos precarios en tierras fiscales vacantes generaron una zona polarizada (social, económica y ambientalmente) y una mejora en la situación de los vecinos en términos de infraestructura vial y de desagües.
Las áreas homogéneas
Después de realizar un relevamiento de áreas homogéneas se detectaron 16 zonas que se definen por agrupación de características -a veces en sectores muy próximos que se diferencian- y que se refieren a la propiedad privada y al espacio público: tipo predominante de vivienda, altura y estado de la edificación, materiales predominantes, atributos de la calle y la vereda, equipamiento del espacio público. Estas características diversas actúan como “marcas” en la zona que las diferencian entre sí y que muestran precios de suelo diversos.
Los actores que intervienen en la construcción del espacio en el área de estudio son: el Estado municipal, los desarrolladores inmobiliarios, los constructores, las organizaciones sociales, los comercializadores de tierra (martilleros públicos y empresas inmobiliarias), los propietarios del suelo y los diferentes vecinos. Cada uno de estos desde su capacidad de acción contribuye a cargar de sentido al espacio urbano en sus distintos puntos generando una diferenciación visible, con elementos reconocidos por todos en el espacio.
El Estado cumple la función de ordenar el territorio. Ordena las actividades y el espacio de modo tal que se vea favorecida la reproducción social y económica dominante. Este es el rol del Estado en la conformación de la ciudad. Esto no es simbólico en su origen sino funcional, para permitir un mejor desarrollo de las inversiones privadas. Es así que en Rincón de Milberg encontramos un orden urbano regular, semejante al que se observa en la mayor parte del conurbano bonaerense. Es decir, la trama urbana es una cuadricula, con manzanas regulares parceladas. El dominio de la propiedad es en su mayor parte por parcela y existen además algunos barrios cerrados.
El Estado desde la normativa regula la propiedad privada (dominio de la parcela), la zonificación y el sentido del desarrollo del territorio. Regula entonces desde la calificación mínima del espacio hasta la altura de la edificación y la ocupación de la parcela. Asimismo, decide qué zonas serán destinadas a vivienda y cuáles a comercio, a industria, etc. Esto determina el tipo de infraestructura que deberá proveerse, la densidad y la capacidad edificable del suelo pero no su valor ni su diferenciación simbólica, solo su diferenciación por equipamiento y uso. El valor lo otorgan las relaciones de mercado, que instalan a la propiedad como símbolo de poder económico.
Sin embargo, el espacio adquiere diferentes cualidades a lo largo del tiempo. Por un lado, una zona comercial más consolidada, con construcciones en altura, veredas consolidadas, servicios varios y calles de concreto con cordón de hormigón. También se detecta un sector recientemente desarrollado, con tierras bajas ocupadas; otro similar con un mayor nivel de consolidación edilicia y de dotación de infraestructura urbana. Un barrio cerrado se eleva por encima de la cota de inundación para evitar que la crecida del río inunde las casas. Y, por último, un barrio periférico muestra un espacio público de menor calidad, producto de su reciente consolidación.
La ciudad nos habla
Aparecen manchas de homogeneidad y diferencias en áreas muy próximas, incluso dentro de los grupos de viviendas de similares características. En este sentido, los precios del suelo confirman la presencia de zonas con características urbanas similares. Los sectores que acceden a los diversos precios del suelo tienden a concentrarse en zonas micro-homogéneas. Desde la lógica del mercado, el territorio se ordena en rangos de valores, que son en sí categorías de precios posibles por metro cuadrado.
La agrupación combinada de estas características da por resultado una agrupación en cuatro zonas generales de características similares por lo que reflejan: normativa, precio del suelo y cualidades del espacio público y del privado. Al interior de estas cuatro zonas homogéneas se observan diferencias en el espacio público y en las fachadas de los edificios, que van conformando pequeñas subzonas con características similares.
Con lo cual, aparece una diferenciación general y micro diferencias al interior de cada sector. Los constructores -junto a los propietarios del suelo y las relaciones de mercado- han desarrollado gran parte de la ciudad que hoy conocemos, diferenciando precios por zona y cercanía a grandes centros. El espacio se diferencia desde el mercado no solo por su equipamiento sino también por su cercanía a los lugares centrales.
Las marcas que expresan diferencias en el territorio, que poseen características simbólicas que hablan de mayor o menor calificación urbana, social, económica, y que articulan distintos objetos, tipologías y factores: tipo de vivienda (casa, rancho, etc.); altura de la edificación y estado de conservación de la edificación; material de construcción predominante; características de la calle y la vereda; y calidad del espacio público (equipamiento y provisión de servicios). Esta diferenciación es enmarcada por la normativa que regula el espacio público y el privado.
En el espacio urbano encontramos un doble discurso o dialógica. El del “orden” -dado por el Estado- y el de la “diferenciación” -a partir de la implementación de diferenciación del espacio construido, en base a los precios según calidad urbana-. La diferenciación simbólica se muestra con elementos de status, de poder, de nivel socioeconómico, de exclusividad, de diferencias graduales.
La ciudad adquiere una entidad discursiva. Ofrece símbolos, signos, íconos que expresan las relaciones sociales entre actores que los conformaron. En la ciudad entonces aparece un discurso diferenciador que expresa la lógica sobre la que se reproduce el sistema complejo en que nos desarrollamos, sin que notemos esas diferencias como anormales, ya que es parte de nuestra cultura. La ciudad nos “habla” de propiedad privada y de diferencias entre sectores, y nos expresa poder, diferenciación y orden: la calle para los automóviles, la vereda para el peatón, la circulación como permiso dado por el orden, instituido y estructurado.
© Guillermo Tella & Rodrigo Silva
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