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Guillermo Tella

Enfoques

Jaque a las torres
Cómo tiende a crecer la ciudad

La ciudad, en su proceso de crecimiento, permite reconocer varias etapas. La primera es la expansión: la ciudad crece transformando el suelo rural en urbano. La segunda es la consolidación, donde se ocupan algunos lotes, se abren algunas calles, se construyen las viviendas, se tienden las redes. Y una tercera etapa es posible identificarla con la de la densificación: las áreas consolidadas comienzan a crecer en altura.

Estas etapas conviven de manera simultánea en la ciudad: mientras que en un extremo crece, en otro se consolida y en el centro se densifica. Esta densificación instala un proceso de sustitución, donde ciertos edificios tienden a ser reemplazados por otros de mayor altura.

La región metropolitana de Buenos Aires da cuenta de estos procesos. Los ejes ferroviarios fueron los que marcaron en el crecimiento en torno las estaciones. Acompañando las cotas altas de la topografía, la mancha urbana fue creciendo en el último siglo, sin grandes obstáculos naturales que le generen barreras a este crecimiento: con lo cual la ciudad crece y crece indefinidamente sobre la pampa, sobre la llanura.

La mancha urbana va creciendo y conformando ese tentáculo que acentúa la direccionalidad de la expansión. Pequeñas manchas crecen entorno a los núcleos fundacionales de las estaciones ferroviarias, que con el tiempo van ganando en consistencia e integrándose unas con otras. En consecuencia, se observa la predominancia de un espacio central por sobre un espacio periférico; la predominancia de ejes principales por sobre espacios intersticiales; y por último, la predominancia relativa del norte sobre el sur.

Espacio rural y espacio urbano

En este contexto, surgen algunas cuestiones a destacar: primero, que campo y ciudad generan espacios que lo diferencian entre sí por muchos motivos: por la actividad que en cada uno se desarrolla, por el tipo de construcción por el tipo de población que reside, por el tipo de desplazamientos que se producen, etc. Estas diferencias podemos entenderlas en términos de la relación público-privado.

Los espacios rurales resultan ser absolutamente indiferenciados en términos relativos. Esto habla de dos cuestiones centrales: que el espacio rural -en relación entre lo público y lo privado- es indiferenciado, donde la privacidad resulta débil. En cambio, en espacios urbanos, desde ese punto de vista es claramente diferenciado: aparecen las calles, las plazas, los paseos, los bulevares, con un carácter abierto y de libre acceso. Pero también aparecen lotes, edificios y construcciones, que tienen que ver con cuestiones más privativas, con fuerte carácter cerrado.

De modo que encontramos dentro del espacio urbano, de los espacios de la ciudad, estas dos categorías: el espacio público, por un lado, con las características de continuidad y de fluidez en términos relativos. Es algo así como el “vacio” del espacio urbano, conformado por el sistema en red de calles, de plazas, de paseos. Por otro lado, aparece el espacio privado, compartimentado, que es algo así como el “lleno” de la ciudad, lo ocupado, lo construido. Lo más significativo es que ambos son excluyentes y complementarios: los dos deben existir solidariamente en la ciudad.

Espacio público y espacio privado

La ciudad se divide entonces en espacio público y en espacio privado. De la relación entre ellos surge otro componente, que denominamos tejido urbano. Y es a partir de esta conformación, de esta identificación de la forma, de la morfología que tiene el tejido, es como explicamos la relación entre lo público y lo privado. Existen, evidentemente, muchos matices que empiezan a dar cuenta de tales relaciones establecidas.

Decimos que el espacio urbano tiene como categorías complementarias y excluyentes al espacio público y al espacio privado; que el espacio público constituye ese sistema abierto, ese vacío de la ciudad en el que fluyen las plazas, los paseos y bulevares, y que nos permite entender su conformación, su estructuración, nos ofrece vinculación con el territorio circundante que rodea a la ciudad, enlaza las distintas partes de la ciudad y nos provee de servicios, de infraestructura y de las redes necesarias para cada parcela, para cada espacio privado. Es, además, lo que nos aporta significado, memoria e identidad, le imprime morfología al lugar.

Ese fluir de espacios públicos se organiza a partir de una red. El esquema básico mediante el cual entendemos a esa red lo llamamos trama urbana. La geometría que adquiere testimonia su topografía, las ondulaciones y depresiones, la transición de la ciudad con el campo, su proceso de crecimiento y el grado de consolidación de sus espacios así como la orientación de los ejes de crecimiento.

Ciudad y alta densidad

La ciudad es el ámbito de concentración humana, es el producto cultural más sofisticado que el hombre ha creado en sociedad. De modo que la ciudad debe poder albergar a una comunidad y, por ende, debe poder crecer, debe permitir absorber su crecimiento. Hay zonas en las que la ciudad crece en alta densidad y hay zonas donde la ciudad pide crecer naturalmente con densidades bajas, con otros modos de ocupación que preserven las cualidades barriales, que consoliden una imagen urbana tradicional.

La ciudad de Nueva York, por ejemplo, magnifica estos procesos. Muchos de sus edificios, con una fuerte ocupación especulativa de sus suelos, crecen con mucha densidad, con altísima ocupación. Pero esto no siempre fue así, también dio cuenta el paso del tiempo y esta imagen que vemos hoy es producto del aporte de generación tras generación de ciertas expectativas, de ciertas ambiciones que la comunidad ha dado cuenta y que se expresan en ella. Manhattan un siglo atrás daba cuenta de un muy bajo grado de ocupación de la manzana y presentaba otro tipo de ocupación del tejido.

Es necesario subrayar la idea de la ciudad como un proyecto colectivo. Por lo tanto, primero hace falta planificar, tender un modelo sobre el cual la ciudad pueda orientar su crecimiento. Este modelo -que llamamos plan- expresa las expectativas de la comunidad, las motivaciones de cada uno de los actores. Y el plan es, además, un instrumento jurídico para implementar el crecimiento. Esto se desarrolla con una fuerte iniciativa del gobierno local y con un acompañamiento de toda la comunidad.

La ciudad como proceso colectivo

Que la ciudad crezca y de qué modo hacerlo es un proceso colectivo. Los distintos actores, los distintos agentes que en ella intervienen, públicos y privados, tienen la responsabilidad de hacer valer su opinión con fuerza, con convicción. A modo de ejemplo de lo expuesto, vale citar un caso europeo en donde una importante ciudad debió absorber procesos de crecimientos intensivos y pensó de qué manera hacerlo.

Frente al deseo generalizado de estar frente al río, se decidió orientar el crecimiento por detrás de la zona edificada, conservando ese frente y manteniendo el espíritu que le había dado carácter, valor e identidad a ese lugar. Se creció, entonces, con torres de gran altura pero preservando el carácter de base, respetando las preexistencias.

Esto implica un acuerdo social pero, también, una vocación colectiva de sostener el proceso. Todos quisiéramos tener nuestro edificio al borde del río, con las mejores vistas, pero no es posible ni tampoco es posible ceder esa toma de decisiones libradas a las leyes del mercado. Es un plan, como acuerdo social, el modo en que debe preverse el crecimiento de la ciudad. De lo contrario, situaciones de injusticia e inequidad se diseminarán discrecionalmente.

Otro caso para ilustrar es de escala barrial, donde los vecinos gozaban de un espacio público de baja densidad. De repente, y fuera de toda previsión, ven aparecer edificios de planta baja y 7 u 8 pisos que invaden la morfología de la ciudad y estas personas, habituados a un determinado ritmo barrial, empiezan a absorber los costos de las infraestructuras de toda esa gente, los problemas de estacionamiento y demás. Pero también, absorben el fuerte impacto que genera esta fisonomía y sostienen.

Estas circunstancias provocan, inevitablemente, la ruptura de ese acuerdo social. Aquí el nuevo tipo edificatorio aparece en colisión con los atributos de ese entorno barrial preexistente, y determina que las visuales resultan invadidas, que las infraestructuras entre en situación de saturación y colapso, la dinámica del entorno se vea fuertemente alterada. Y la pregunta que cabe es: ¿quiénes asumen los costos por los perjuicios generados a cada uno de los propietarios vecinos?

La ciudad entonces debe entenderse como un acuerdo colectivo y las ideas que hoy planteamos tendrán su expresión a través del tiempo. Pero esto no se lleva a cabo a partir con una única voz, sino que debe discutirse, debe consensuarse, debe acordarse y una vez cerrado el pacto, debe generarse un sistema normativo que custodie ese desarrollo. De esa manera, lo que en algún momento fue una idea, un proyecto o un plan, con el paso del tiempo logrará consolidar un modelo de crecimiento en el que prevalezcan las coincidencias por sobre las diferencias.

 

© Guillermo Tella

En: Tella, Guillermo. (2012), “Jaque a las torres: Cómo tiende a crecer la ciudad”. Santiago (Chile): Revista Digital Plataforma Urbana, Sección Análisis Urbano y Territorial (diciembre 27).
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