Sumergidas en la modorra intelectual, la desidia política y la indiferencia pública, las ciudades latinoamericanas parecieran aproximarse al borde del colapso. El incremento de las desigualdades socioeconómicas ha consolidado un proceso urbano estructural de gravedad creciente, que se expresa a través de espacios centrales reestructurados, con fuerte concentración de inversiones y, también, en amplias áreas residuales, de progresivo abandono, que no resultan de interés al capital. Buenos Aires, por ejemplo, constituye la ciudad central de un extenso espacio metropolitano que concentra a más de trece millones de habitantes. Tras los rasgos fastuosos de una arquitectura exuberante, de altas torres acristaladas, de grandes tiendas comerciales y floridos paseos peatonales, se encubren otras caras en las ciudades latinoamericanas, más oscuras, más indignas, más injustas: la de la pobreza extrema, la de la miseria cotidiana, la de la exclusión social.
Buenos Aires es la mayor ciudad del país en cuanto a dimensiones y cantidad de habitantes. Ya en 1940 Ezequiel Martínez Estrada la había bautizado como “la cabeza de Goliat”. Y a partir de los 60 fue objeto de planes de ordenamiento con el propósito de reorientar su crecimiento. Se estructura con amplias áreas de ocupación irregular en la extrema periferia, en convivencia con las urbanizaciones cerradas; procesos que se reproducen a la par en el mismo territorio. Gran parte del suelo es producido fuera del mercado formal, de modo que la ciudad toda se encuentra rodeada de cinturones de miseria.
Los territorios metropolitanos contienen complejos conflictos relacionados con el ambiente, con la ocupación del suelo y con la forma de urbanización. América Latina atraviesa procesos y lógicas comunes, y sólo se distinguen ciertas especificidades entre una ciudad y otra. Nuestras ciudades son “fábricas de pobres”. La pobreza urbana y la segregación social resultan ser los aspectos más visibles y están directamente vinculados con la co-presencia de población pauperizada, de clases medias y sectores ricos, así como también en las asimetrías en el acceso al transporte y a la provisión de servicios y agua potable, entre otros.
Otro de los problemas que afectan a nuestras grandes ciudades es la depredación ecológica. La disposición indiscriminada de vertidos aporta mayor gravedad al problema de la potabilidad del agua; de modo que ambos aspectos se combinan y potencian. Aunque es atravesada por tres cuencas hidrológicas muy importantes (Luján, Reconquista y Riachuelo), que la recorren a nivel superficial y subterráneo; los acuíferos Pampeano y Puelches también se encuentran comprometidos en lo que refiere a la calidad del agua para consumo.
Buenos Aires también enfrenta serios problemas en materia de transporte público, tanto por su ineficiencia como por su pauperización. Asimismo, la promoción que se realiza a la industria automotriz y la ausencia de políticas de estado para revertir tal situación, favorecen su desmantelamiento e inducen a la movilidad individual. Para Rafael López Rangel, por la fuerte dependencia que genera, hoy contar con un automóvil particular en una ciudad latinoamericana es considerado simbólicamente como un atributo de “libertad democrática”.
En consecuencia, las ciudades latinoamericanas exhiben, más allá de sus costados refinados y elegantes, una contracara que rompe el acuerdo social de inclusión y contención, que genera grandes costos ambientales y que las sitúa al borde del colapso. Desde esa perspectiva, el conjunto de la sociedad deberá comenzar a asumir un papel protagónico contestatario o acostumbrarse a convivir con ciudades cada vez más injustas, segregadas, violentas y contaminadas.
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