En los últimos años ha recobrado visibilidad pública la construcción de íconos urbanos que evidencian a aquellos sitios signados por tragedias acaecidas en la ciudad, con el propósito de constituirse en marcas en memoria permanente de las víctimas así como de reclamo de justicia. Cada tanto, el velo que teje la rutina cotidiana es súbitamente desgarrado por la fatídica noticia que anuncia una tragedia. Luego, con el devenir de los días el recuerdo de lo acontecido va dando lugar a nuevos hechos que se suceden. Sin embargo, esa tragedia queda marcada como indeleble que -en parte- debe repararse con sanciones a los responsables.
Estrellas del dolor
Así también queda marcado el lugar del siniestro para el conjunto de la sociedad, no sólo por su magnitud sino -también- por el peregrinar de aquellos que se sienten movidos a acercarse al último sitio en el que estuvieran sus seres queridos. Estas visitas frecuentes para tributar una plegaria o para reclamar justicia, entraman fuertes vínculos con el espacio público a manera de denuncia colectiva por un cambio que se demora en llegar.
La ciudad está cargada de íconos, de signos que sustituyen a un objeto mediante su resignificación, su representación o analogía. Señala Hernán Vizzari, investigador histórico local, que estos elementos han existido para reflejar la identidad, los usos y las costumbres de una sociedad. Por ello, la importancia de la historia y de la temporalidad simbólica de estos territorios resultan claves para la construcción de imaginarios sociales, que redefinen el espacio urbano de diversas maneras.
Para Fabián Flores -Geógrafo e Investigador Adjunto CONICET y UNLu, y Especialista en Geografía Cultural- estos íconos parecerían cumplir dos roles centrales: por un lado, la función de marcar el territorio, estamparlo con algún “geosímbolo” que visibilice el proceso que subyace y le dé sentido como tal; por otro lado, constituirse en tanto “lugar”, entendido como un sitio, una porción acotada, limitada del territorio que adquiera significado social y una fuerte carga identitaria.
Baranda de la vida sobre Belgrano. Foto: Marcela Rosales.
Entre íconos e imaginarios sociales
Así, en estas prácticas sociales se reconocen las manifestaciones que le otorgan un sentido de sacralidad al espacio y, al mismo tiempo, le confieren identidad y significado. Al respecto, Fabián Flores aporta que la producción de estos espacios se caracteriza por una multiplicidad de motivaciones que le dan origen y razón de ser: desde ser sitios donde se practica algún ritual específico hasta espacios sacralizados, pasando por una simple marca territorial, hasta ámbitos constituidos para la denuncia, el recuerdo, la memoria.
Asimismo, Marcela Rosales -Doctora en Ciencia Política y Co-directora de un Programa de Investigación sobre Espacialidad Crítica (UNC)- destaca que hitos como las estrellas amarillas en memoria de los fallecidos en siniestros viales, las ermitas erigidas en veredas que conmemoran a los caídos por el delito y los altares en tributo a los jóvenes de Cromañón son “algunos ejemplos de una gestualidad urbana que revela una mayor conciencia social sobre la cualidad político-instrumental que posee el espacio urbano”.
De esta manera -añade- “pueden pensarse como manifestaciones simbólicas de una práctica social de reapropiación del espacio público, que pone en cuestión nada menos que la frontera imaginaria -pero eminentemente política- que los constituye a partir de su deslinde respecto de la esfera privada”. Esta práctica social puede conducir a una redefinición de la noción de ciudadanía.
“Hacen visible lo invisible”, aporta Leonardo Dattoli -Coordinador de BalSud, asociación civil de vecinos y comerciantes de Balvanera al Sudoeste -,“la irrupción de esta iconografía popular rompe la dinámica del paisaje urbano llamando la atención del transeúnte, construyendo nuevos sentidos, proponiendo nuevas estéticas, más vinculadas al devenir social desplegado en el escenario urbano”.
Por otro lado, Julián Rebón -Doctor en Ciencias Sociales y Director del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA)- apunta que estos hitos urbanos en el espacio público son muy diversos. Unos refieren al culto hacia una persona o religión y otros adquieren un sentido más político: “Al mismo tiempo que recuerdan a aquellos que ya no están, también refieren a las causas que lo detonaron. Y esto es muy importante porque las locaciones tienden a adquirir un carácter institucional, tal como el Parque de la Memoria”.
Sin embargo, hay una primera etapa en que todo ese proceso, en un estadio primario, empieza a ser desarrollado por aquellos que recuerdan a las víctimas. “En particular, los familiares son aquellos que tienen la mayor legitimidad simbólica para hacerlo -como ha pasado con Cromañón o como está pasando hoy con las víctimas de la tragedia de Once”, puntualiza Rebón. En ese sentido, más que una construcción desde arriba, el espacio público es construido por múltiples actores, desde múltiples perspectivas.
Estrella amarilla en Bariloche. Foto: María de las Nieves Moldes.
Algunas razones emergentes
Si nos preguntamos sobre qué motiva la producción de estos espacios, las causas son múltiples. Estos íconos de tragedias urbanas tratan de recordar a quienes perdieron la vida en esos espacios. Marcela Rosales considera que “la preservación de su memoria en el colectivo social coadyuva a prevenir, denunciar y exigir cambios en relación a situaciones que podrían haber sido evitadas”.
Sin dudas, uno de los propósitos principales es la búsqueda de justicia. Y en esta línea, Leonardo Dattoli destaca que, “más allá del mero acto administrativo de un tribunal, la morosidad del Estado aparece como una de las motivaciones y sostén en el tiempo de estas expresiones colectivas”.
Cuando se observa de cerca la lucha que las personas vinculadas a la tragedia vienen realizando, puede constatase que el objetivo de concientización y de denuncia condensado en el ícono, suele venir respaldado por un compromiso profundo con el cambio exigido, que incluye propuestas concretas -tanto legislativas como de educación ciudadana- para modificar comportamientos individuales y colectivos.
En este sentido, Sergio Levin -Conductor del programa televisivo “2 Segundos” y Presidente de la Asociación «Conduciendo a Conciencia»-, señala que: “Las estrellas amarillas buscan simbolizar ante la sociedad que, en el punto donde fueron pintadas o instauradas, ha fallecido una persona en un siniestro de tránsito. Esto es un pedido de familiares de víctimas de tránsito en busca de una mayor concientización de la sociedad”.
Para Marcela Rosales esto refleja una clara voluntad de abrir vías de comunicación diferentes y de tender redes de cooperación cívica que posibiliten vínculos más solidarios entre una ciudadanía que ya no cree que la política se circunscriba al sistema institucional de partidos, órganos y normas, pero que también comienza a convencerse de no confiar su suerte a la administración eficiente de una tecnocracia. Esto sucede porque “la confianza social que nutre a toda norma de reciprocidad no es algo que se decrete, por el contrario, se gesta y recompone desde abajo”.
Santuario del “Gauchito Gil” en Buenos Aires. Foto: Fabián Flores.
Efectos que generan en el espacio
La acción icónica de familiares, grupos y asociaciones revela un fuerte potencial político -describe Marcela Rosales– cuando, al instaurar una especie de “luto público”, desdibuja la frontera simbólica entre las esferas pública y privada y al hacerlo abre un espacio “otro”, favorable a la reconfiguración de las relaciones sociales y de las identidades locales.
Así, señala que “el luto público tiene su contracara en una situación de anomia o de ‘suspensión de la ley’ para algunos dentro de la cual prospera la muerte de otros, pero que podría ser la de cualquiera de los ciudadanos. Ahora bien, no obstante esta doble referencia que puede encontrarse en estos íconos a la muerte y a la anomia de la ley, cada uno de ellos simboliza sobre todo las vidas de los ausentes. Los iconos los tornan presentes y al hacerlo ponen en acto su potencia política, que sobrevive y persiste en el gran cuerpo singular que componemos entre todos”.
Enfatiza Sergio Levin que con solo una acción las situaciones no se modifican: “Debe haber también una explicación sobre las Estrellas, por ejemplo, y luego, emprender una tarea de control y de sanción por parte de las autoridades”. Si no existe concientización, las estrellas por sí solas no generan sensibilidad social, sino que deben ir acompañadas de políticas activas.
No obstante, Rosales sostiene que, en efecto, estos iconos pueden transformar la percepción que los ciudadanos tienen de sí mismos en la medida que simbolizan la “presencia” de los ausentes como capacidad de actuar políticamente. Y estas prácticas icónicas ponen de manifiesto la capacidad de la ciudadanía para reconfigurar identidades mediante la apropiación transformadora del espacio público en un espacio político.
En cambio, para Fabián Flores se torna más conveniente pensar en las singularidades morfológicas, funcionales y simbólicas de tales sitios: “Es importante advertir que, al ser un hecho espacial, opera ese componente inmaterial que refiere al espacio vivido, a la experiencia y a la subjetividad, lo que hace que las formas de percibir, imaginar, vivir y experimentar estos sitios sean muy distintas para cada uno”.
Santuario de Cromañon. Foto: Fabián Flores.
A modo de huellas de la vida
Uno de los casos paradigmáticos lo constituye el Santuario erigido a las víctimas de la tragedia de Cromañón en la ciudad de Buenos Aires. Así, Fabián Flores relata que el proceso de producción de la espacialidad en este caso, fue complejo, dinámico y conflictivo. Surgió como un sitio espontáneo donde combinar el recuerdo, la memoria y la denuncia; un lugar donde familiares y sobrevivientes pudieran recordar, semiografiar y sacralizar el espacio mediante rituales particulares vinculados a la cultura del rock, en un mix con componentes de la religiosidad popular.
Luego, y en el marco de tensiones con otros actores, la participación del gobierno local condujo a un proceso de formalización del sitio y a una posterior des-lugarización, hecho resistido por muchos de los sujetos que formaron parte del fenómeno urbano en su fase temprana.
“Las zapatillas con los nombres de los jóvenes colgadas en los cables son otros de los iconos que representan a los fallecidos en Cromañón”, rescata Marcela Rosales. Como símbolo de conmemoración y denuncia, explica que provocan la interrupción del horizonte visual previsible, atrayendo la mirada por encima de la zona, por donde transitan a diario los peatones y automovilistas de una ciudad supuestamente “en regla”.
Por su parte, Leonardo Dattoli recuerda que además de los santuarios de Cromañón y de la victimas de Once, también podemos reconocer los murales por las víctimas del atentado a la AMIA, como algunas expresiones del “grito” que nos conmina a la construcción de la memoria colectiva, para “que no se repita”. Rosales ilustra con el ejemplo de agrupaciones como “Huellas de vida”, “Concienciar para prevenir” y por padres y madres afectados por los siniestros viales, que llevan adelante un trabajo permanente con la ciudadanía.
Y aporta un caso reciente de la ciudad de Córdoba donde, “en memoria de Constanza Montenegro, su mamá Patricia, familiares y amigos, organizaron sobre la angosta vereda de la calle Belgrano con sus mosaicos en mal estado, en pleno centro de la ciudad, una ‘baranda de la vida’ simbolizando la valla de seguridad faltante. Los iconos que dibujaron en el papel sostenido por la barrera humana, son la calavera y el ´ankh´, la cruz egipcia que simboliza la vida eterna, única alhaja que Constanza a sus 17 años solía usar”.
Para terminar, ella misma concluye que “En todas estas diversas modalidades icónicas se da cita, como diría De Certeau, la dialéctica de lo imaginario, el gesto y el lugar, para denunciar lo que no debe repetirse y para proponer otras formas de habitar, expresado en términos pacíficos y recurriendo al poder de curación del símbolo y a la imaginación como factor de equilibrio psicosocial, que no es poco decir teniendo en cuenta la modalidad violenta con que los argentinos solemos promover los cambios”.
En consecuencia, en nuestras calles encontramos cada vez más altares, ermitas, estrellas, zapatillas, murales, árboles, barandas y parques que buscan condensar de manera contundente la memoria, el dolor, la anomia y el tributo, como marcas de una tragedia urbana que debió haberse evitado. Mediante estas “huellas de vida”, aparecen ciertos íconos que balizan la ciudad en llamado a un luto público, en demanda de curación colectiva.
Una ermita en la ciudad
© Guillermo Tella & Martín Muñoz
Versión adaptada del trabajo: Tella, Guillermo y Muñóz, Martín. (2015), “Ciudades como huellas de vida: La construcción simbólica del espacio público”. Santiago (Chile): Revista Digital Plataforma Urbana (enero 20).