En las últimas dos décadas hemos visto cómo la ciudad se ha ido adecuando a las pretensiones del mercado, transformando a ciudadanos en sujetos de consumo y tendiendo hacia una fragmentación espacial de la sociedad. En esa lógica, la seguridad -al igual que la salud o la educación- más que un servicio, se torna en un producto al que acceden los sectores de mayores recursos. Tal el caso de los cercos eléctricos que, según los responsables de empresas instaladoras, son barreras psicológicas que «patean» pero no matan. Ante este boom instalado, nos preguntamos qué modelo de sociedad estamos construyendo de cara a un nuevo paradigma.
Altos muros, fachadas enrejadas, garitas de vigilancia, cámaras remotas, agentes armados, alarmas y reflectores son algunos de los nuevos elementos que comienzan a dominar el paisaje urbano de los barrios elegantes parar proteger a “buenos” de “malos”. Y doblando la apuesta han asomado con fuerza los cercos eléctricos, comercialmente denominados “barreras psicológicas” o “sistemas disuasivos”.
Antes de difundirse su uso urbano, los cercos eléctricos eran sólo utilizados en áreas rurales para contener al ganado, en grandes predios industriales, en cárceles o en instalaciones militares. Se trata de sitios donde el acceso o egreso de animales y personas debe ser radicalmente restringido. Sin embargo, su aplicabilidad domiciliaria ha tenido un importante crecimiento en las grandes ciudades.
Para Daniel Banda, Secretario de la Cámara Argentina de Seguridad Electrónica (CASEL) y presidente de la empresa de seguridad ProtekSeg, el 82% de los países del continente americano utilizan como protección los cercos perimetrales energizados. Y destaca como casos distintivos a las ciudades de: San Pablo, Lima, Caracas, Bogotá, México DF y Santiago de Chile.
Si bien nuestro país fue hasta hoy una excepción, impulsados por el avance de la delincuencia urbana, y potenciados por la sensación de desprotección cotidiana, en el último año han crecido exponencialmente los pedidos de colocación de cercos eléctricos tanto en countries y barrios cerrados, como en clubes deportivos, en fábricas y hasta en casas particulares.
Con todo, resulta contradictorio que esta práctica ya instalada no esté regulada. Su correcta instalación se debería ajustar a la normativa del Ente Nacional de Regulación de la Electricidad, con la obligatoriedad de cumplir con las normas de la Comisión Internacional de Energía (IEC) para instalaciones eléctricas. Sin embargo, el Registro Nacional de Armas (RENAR), que es el organismo que entiende en el tema, confirmó la inexistencia de legislación que avale o prohíba la utilización de cercos eléctricos en áreas urbanas.
Patea pero no mata
Según explica Daniel Banda, si está bien instalado, patea pero no mata: muchas dudas presentan los usuarios debido a que suelen confundir la electrificación del alambre con la instalación de un sistema de cercos electrizado. En este caso, su alcance es apenas intimidatorio dado que genera una breve y controlada descarga energética. Cumple la función de ser disuasorios.
Técnicamente, el sistema consiste en un tendido de alambres en 4 a 6 hileras sobre muros, rejas, balcones o medianeras. Los alambres se conectan a un generador de pulsos de alta tensión, alimentado por una corriente alterna de 220 V. A través de un transformador se convierten los 220 V a 12 V, y se mantiene activado el circuito con una batería para casos de corte de energía eléctrica.
La descarga recibida consiste en un shock eléctrico de alto voltaje y bajo amperaje, evitando de este modo quedar “pegado” o sufrir heridas. El micro pulso que se genera al contacto causa dolor pero no riesgos sobre la salud del intruso. En correctas condiciones de instalación, quienes lo comercializan aseguran que el sistema detecta la “pre-intrusión” e inhibe la violación.
Sin embargo, a medida que esta práctica se difunde, los accidentes se suceden. Muchas veces, los propietarios conectan el cerco directamente a la red eléctrica de 220 V y allí cualquier contacto es fatal. Varios casos de accidentes se han hecho públicos. El último conocido fue el 21 de enero pasado en la ciudad de Concordia, Entre Ríos, donde falleció una nena de 4 años mientras jugaba. En tanto no se encuentra regulado, es para la justicia un problema a resolver.
Para el Arq. Ramón Rojo, especialista en normativa edilicia, dado que en general los cercos se colocan en viviendas ya construidas, nunca se presentan planos municipales que avalen la instalación. Y al no existir un control por parte del Estado sobre el tema, se produce un mero acto de buena fe: como sociedad, suponemos que se colocará bien, que lo hará un personal idóneo, que el producto es competente y que la instalación eléctrica domiciliaria se encuentra en óptimas condiciones.
Decidir subirse al cerco
Ante el vacío legal dominante, en el Artículo 771-B.9 del Reglamento para Instalaciones Eléctricas en Inmuebles de la Asociación Electrotécnica Argentina establece ciertas referencias a la instalación de los “Cercos Eléctricos de Seguridad”, debiendo cumplir la Norma IEC 60335-2-76 que establece que:
(a) la valla física debe tener una altura mayor a 1,80 metros y debe indicarse con cartelería la presencia del cerco eléctrico; (b) si la valla es un alambrado de malla, la abertura de la misma no debe ser superior a 50 x 50 mm y estar conectada a la toma de tierra; y (c) los elementos que electrifican los cercos deben cumplir con normas de fabricación y contar con certificados de seguridad eléctrica.
Mauricio -quien prefiere reservar su apellido- es un vecino tradicional del barrio de La Horqueta, en el municipio de San Isidro, que decidió colocar cercos eléctricos en el perímetro de su casa a partir que unos delincuentes entraran a su domicilio e intentaran robarle las bicicletas de su jardín.
Señala que: “Si bien el hecho fue sin violencia y no llegaron a ingresar al interior de la casa, la verdad es que uno se siente muy desprotegido”. Agrega que eran menores, estaban drogados y aunque dio aviso e intervino la policía, no los pudieron detener debido a su minoría de edad.
Ante estas circunstancias, se asesoró sobre el funcionamiento y la legalidad del sistema e instaló los cercos con una empresa especializada, la que también le brinda un servicio de aviso en caso de violación del perímetro. “Uno nunca está seguro, pero este sistema nos da mucha más tranquilidad”, concluye.
Hasta demostrar inocencia
Como método de seguridad, además de lo novedoso, ofrece un interés diferencial su bajo costo frente a otros sistemas mucho más onerosos y no menos eficientes, ya que electrificar el perímetro de una vivienda pequeña cuesta menos de 6 mil pesos. Según Daniel Banda, colocar de 4 a 6 hilos de montaje sobre un paredón o muro le insume al usuario entre 65 y 90 pesos por metro lineal de cerco eléctrico. Una vez en funcionamiento, tienen un bajo consumo energético, equivalente a una lámpara pequeña.
En tanto se consolida la tendencia a instalar cercos eléctricos, el abogado Guido Ingrassia -especializado en derecho tributario- asegura que dado que los cercos dan cuenta de una mayor capacidad contributiva por parte de los propietarios, éstos podrían ser alcanzados en proporción por los impuestos correspondientes. Para tal fin, debiera reconocerse un apartado para cercos en las declaraciones de mejoras a inmuebles, tal como se hace con diferentes tipos de techos o de pisos.
En el conurbano bonaerense, el paisaje suburbano de barrios tradicionales de San Isidro -por ejemplo- da cuenta de una utilización profusa e indiscriminada de este nuevo producto “disuasorio”. Junto a las garitas de vigilancia y a los agentes uniformados, hoy conviven los cercos electrificados, alentados por una perniciosa y creciente sensación de miedo en la sociedad. La respuesta improvisada a esa falsa seguridad promovida -para Ramón Rojo- no es el miedo, sino la contención del problema a partir de una política de inclusión social.
Lo cierto es que los cercos eléctricos como sistemas disuasivos han llegado para quedarse. Si bien por un lado hay empresas que los instalan a bajo costo y que garantizan su eficiencia, existe un enorme vacío en materia de regulación y de control que abre el juego a las improvisaciones. Y en el fondo de la cuestión, el cerco eléctrico ha tenido la habilidad de colocar -sin prejuicios- un espejo en el que la sociedad se mire y acreditar su rumbo.
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© Guillermo Tella & Alejandra Potocko